miércoles, 18 de junio de 2014

El Génesis y sus variaciones

En el inicio Dios creó el cielo y la tierra. Esta última, no más que caos en soledad: las tinieblas velando las simas del ser y el divino tedio contemplándose en las estériles aguas de la eternidad. Pronto se diría: “Hágase”, y todo en la tierra comenzó. Pero, ¿y el cielo? Parecería que el génesis verdadero aun esta por acaecer; quizá cuando concluya este espurio ensayo nuestro, elaborado con la parte más dúctil y accesoria del universo. (La menos creativa de la creación).

1
Dijo, “Hágase la luz”, y al verse Dios por vez primera, Adán despertó: el jardín desolado al ocaso, las rejas abiertas como un mudo lamento, o una sonrisa.
2
En el principio creo Dios el cielo y la tierra, es decir, la forma y la materia: los anhelos de la diferencia; de esa anodina distinción entre el vacío y su reflejo, flotando sobre ondas de infinito, perdiéndose hacia ningún lado.
3
Dios vio que la luz era buena y la separó de las tinieblas. A la luz la llamó día y a las tinieblas noche. (Pero ambas le ocultaron su verdadero nombre: el mismo que aún se intercambian en secretos concilios, en donde, se dice, se gesta el mundo.
4
Cuando Dios dispuso a los seres humanos a su imagen y semejanza, a fin de que sometieran a todas las criaturas del mundo; en la pluralidad de su “Hagamos”, el reflejo lo perdió: el creador también sometido a la voluntad de ser, de su propia sed.
5
Así quedaron concluidos el cielo y la tierra, con todo lo que contienen. Al día séptimo Dios había terminado su obra y descansó por fin de todo lo que había hecho. Aún sueña.
6
Entonces Dios formó al hombre, sirviéndose del polvo de la tierra. De tal modo que con solo un soplo en la nariz, el hombre llegó a ser viviente. (Pero las espigas  que se disgregaron con ese mismo impulso, aún aguardan por el lugar preciso parea asentarse, cuando todo haya pasado,  y así germinar el auténtico génesis: su jardín)
7
El árbol del bien y del mal yacía plantado en el centro del jardín: justo el lugar mejor ubicado para extraviarse más.
8
Adán distinguió a todas las bestias  por medio del lenguaje: “como el hombre los llamó, ese fue su nombre”. Pero al final, cuando se le agotaron las palabras, olvido el suyo propio: los animales, más inteligentes, nunca le recordaron nada.
9
La costilla de Adán: su creación particular. Ese fue el verdadero motivo de aquella partida definitiva.
10
Pero la misma manzana, tenía un gusano dentro: por lo tanto, la verdadera serpiente aún crece, y aguarda en un génesis perenne.

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