sábado, 21 de junio de 2014

Educar, aprender y vivir

Vamos a desarrollar una serie de pensamientos fragmentarios en torno a la educación, con el fin de abordar desde un abanico de perspectivas, el tema de la enseñanza y sus avatares. Enseñar de acuerdo a los cánones, es un martirio; educar fuera de ellos es un peligro absoluto. En las escuelas, dotar a la educación de interés por la praxis es un gran logro, a condición de no realizar una praxis escolar ilimitada, sin valor educativo alguno.


Ciertas escuelas son elitistas; los educadores nunca lo son. Es sencillo encontrar motivos de crítica en contra de las propuestas educativas ajenas; más complicado es realizar un análisis objetivo de nuestra propia propuesta formativa. Y es que educar objetivamente, desde cierto sentido, es el máximo contrasentido.

Educar y producir

Algunas escuelas prefieren a los educadores que utilizan su propio lenguaje institucional, para la formación de sus alumnos. Pero el lenguaje de las instituciones generalmente no le ha dado forma a nada.

Algunas escuelas no toleran a los genios; esa es la razón por la cual ningún auténtico genio ha dependido únicamente de la escuela para serlo. Quien se dedica a educar no ha de tener necesariamente la razón; pero quien tiene la razón debería compartirla educando con dedicación.

La enseñanza de las humanidades tiene una cierta superioridad sobre la enseñanza productiva. Y es que las formas de su didáctica, son menos constreñidoras, hacen sentir más sin limitarse tanto. Quien se dedica a enseñar humanidades, sugiere más de lo que imparte. Por el contrario, quien en lugar de enseñar, realmente condiciona, está condicionado más de lo que enseña en realidad.

Aprender y vivir

Que la educación no es más que un hacer evidente lo que se experimenta de antemano, puede ser posible. Sin embargo, depende del ser humano, que comunica su perspectiva a las personas, quienes lo escuchan, y no simplemente del maestro que adoctrina a sus alumnos, que esa realidad repasada en papel, deje de serlo, para realizarse en la práctica comunitaria.

No es a través de números como un educador lleva a cabo su tarea. En esencia, es la palabra y sólo ella, la que hace posible toda formación posible. Lo importante no es cuantos alumnos escuchen una lección, sino cuales personas se interesan por prepararse para tener una experiencia de vida más plena.

El verdadero educador comienza por aprender de sus propias lecciones. Todo programa educativo debería de tener a la vida, y no la productividad como centro de sus desarrollos.

Dar vueltas alrededor del mundo, describiendo sus rasgos, pero sin adentrarse en él, es como un Ulises que habiendo retornado a Ítaca, se conformase con mirar desde las naves a Penélope tejer, hasta el final de sus días.

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