miércoles, 14 de mayo de 2014

Heidi y el fuego de Heráclito

El entrañable anime orquestado por Hayao Miyazaki y por Isao Takahata, "Heidi", nos ofrece, más allá de su conmovedora historia, una profundidad filosófica que tiene mucho que ver con la influencia de la naturaleza suiza en la inspiración de la autora de la novela “Heidi”, Johanna Spyri. En lo que sigue relacionaremos la intuición profunda de este anime con el simbolismo del filósofo griego Heráclito. 


El fuego de Heráclito 

El fuego del Heráclito: fundamento de la physis, símbolo totalizador de lo fragmentario; el nombre impronunciable de un devenir amnésico; el reflejo deslumbrante de un espejo reconstruido por el empeño de un niño divinal abrumado por el tedio. Quizá sea la luz de las estrellas que se comunican en un logos titilante, allende cualquier infierno, purgatorio, o paraíso. Incluso Heráclito puede no ser sino otro Dante, que se difumina cauta y oscuramente ante el clamor de una llama melancólica disfrazada de Ulises, misma que relata los trágicos avatares de la nave de la finitud, ante la impetuosidad de un horizonte marino delirando eternidades. 

Heidi, su fuego interior, el mundo todo 

La sabiduría de Heráclito, la profunda intuición de los griegos antiguos, podría no ser más que la indomable inocencia de la niña Heidi, la de Johanna Spyri, la de Hayao Miyazaki y de Isao Takahata, que extraviada en el dédalo urbano de una Frankfurt constreñidora, se juega todo, arrojándose al pathos de lo oculto, y se niega en una necesidad agobiante, disimulada en el tiempo, para ver transfigurados sus insufribles cuadernos escolares en jubilosas cabras, saltando bajo una lluvia de sol. La voz de su incordiante tutora convertida en el sonido de bucólicas campanas y silvestres clamores. Los grises edificios tornándose en Alpes majestuosos; en extática transmutación, posibilitada por un peculiar estado de conciencia, donde la lucidez se confunde con los recuerdos y los sueños con un místico conocimiento. 

El secreto de los cumbres: fulgor de otredades 

Es posible que el logos, no sea sino un ser-recuerdo de la voz del viento montañoso, susurrando al entreverado ramaje de los abetos; el enmarañado hilo de una Ariadna extrema, que ofrenda el (sin)sentido de un regreso al ex(traviado), hacia la olvidada salida: aquel umbral de silencios únicos que lo expresan todo: un mudo clamor de luz que presagia el relámpago sonoro pero efímero del mundo. 

Porque la sabiduría de Heráclito bien puede hallarse también, en el coincidir de una vivenciada interioridad, la de Heidi (ónticos sueños de un porvenir ilusionado) y la de su hosco, pero noble Abuelo (fatiga de un pretérito desengañado), contemplando juntos el apolíneo fulgor de un presente irradiándose en lo imperecedero, en el sol del ocaso incendiando las cumbres alpinas, bajo la mirada del Señor de las Cumbres, una dionisiaca cabra majestuosa; la verdad del mundo en el fuego, las ígneas palpitaciones de su corazón secreto, la lúdica excitación del dios aguardando ser develado; su sonrisa: una impaciencia de brillos que calcinan en su intensidad, hasta las últimas tinieblas del misterio que se sueña mundo. 

 Heráclito, Heidi, Miyazaki, su sabiduría: laberinto de ríos fluyentes entrelazados, logos de acertijos recordándose esfinges, fuego que nos acompaña siempre, hasta la morada misma de lo indecible.

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