sábado, 20 de abril de 2013

Castigo II



Dijeron mis compañeros que encontraría algún alivio a mi dolor, visitando la tumba de mi amada.
EBN ZAIAT ( Edgar Allan Poe en “Berenice”)

I
Huyendo de sus demonios, Raskolnikov embarcó rumbo a América.
Arribó a Baltimore, y permaneció allí largo tiempo, pugnando por sobrellevar la desaparición de Sonia, embotándose de trabajo en los muelles, y de licor barato en las sucias cantinas del lugar.
En una de esas tabernas, el joven pronto conoció a un célebre ebrio vestido de capote negro, un poeta desgraciado por el vicio y la melancolía, que mendigaba tragos y a cambio, ofrecía recitar oscuros poemas y elevadas teorías cosmogónicas.

Los borrachos comensales, primero tomaban a gracia cuando el demacrado poeta se ponía en pie  y comenzaba sus discursos rimbombantes. Pero luego, incapaces por su zafiedad de comprender aquellas exposiciones, le mandaban callar a base de mofas, empujones e inmundicias arrojadas a su rostro.
Durante una de esas humillantes escenas, Raskolnikov rescató al poeta de aquella turba feroz, utilizando un bastón que, desde sus tiempos lejanos de estudiante en San Petersburgo, llevaba siempre consigo.
Los beodos concurrentes al lugar, atemorizados por el talante feroz de aquel ruso loco, dejaron en paz al maltrecho poeta. Pero cuando ambos salieron de aquel tugurio, Raskolnikov sintió sobre su espalda el peso de muchas miradas saturadas de odio.
Y así, el joven criminal ruso, y un tambaleante y agotado Edgar Allan Poe, salieron hacia la fría noche, que presagiaba tormenta.

II
Raskolnikov acompañó a Poe hasta su humilde morada: era una choza destartalada en las afueras de la ciudad. Allí, el poeta y su esposa, Virginia, padecían una miseria extrema. Hasta hace unos días la madre de la joven había estado viviendo con ellos, pero, cierta noche, había salido a conseguir fiadas unas medicinas, y desde entonces no había regresado.
Y es que la esposa de Poe, una niña apenas, prima suya, estaba gravemente enferma: agonizaba. Poe le mostró a su amigo ruso, a la jovencita postrada en su catre destartalado. El frágil cuerpecillo se estremecía, convulsionado de fiebre.
Raskolnikov pocas veces había visto a una persona, sufrir tanto una enfermedad. Se preguntaba cómo era posible que Poe tolerara tal situación. Le manifestó su inquietud. La chica necesitaba un médico para que la asistiera en ese doloroso trance, acaso el último. ¿Por qué no ayudarla a finalizar su calvario?
Pero Poe le respondió de una manera que sorprendió a Raskolnikov. Le explicó la belleza que encerraba toda muerte. El cese infinito y virtual de toda posibilidad de existir. Era una paradoja extraordinaria: teóricamente un agonizante nunca podría ser capaz de culminar su sufrimiento. Tal proceso guardaba el secreto de la perfección del cosmos. La muerte infinita era el trasfondo de una vida imperecedera. Por cada ser agónico, un campo de flores crecía hermoso en alguna parte del mundo.
Raskolnikov, al escuchar tales ideas, manifestadas con tan mórbida intensidad, sintió exacerbado su intelecto bizarro. Imaginó una realidad potencializada, en donde cada ser, conducido sabiamente a un agotamiento progresivo de su existir, generaría, junto con muchos otros seres en agonía, un monto de energía enorme, que alcanzaría cotas divinas. Serían las células del cuerpo de Dios.
Y por supuesto, haría falta quien se encargase de resguardar el orden de todo el proceso: un auténtico Guardián del Ser; el encargado de someter a un interminable fenecimiento a todos los seres, a fin de guardar el orden del universo. Era lógico y justo, además. Él mismo, bien podría ser ese admirable cuidador, ese ultrahombre consciente de la vida de muerte sin fin, que precisaba el Todo, para darle oportunidad de manifestarse y dominar a Lo Trascendente.
Así, ambos hombres contemplaron al pie del catre, el sufrimiento atroz de Virginia durante largas horas, cada uno sumido en sus propios, y poco comunes ideales.
Cerca de alba, una mirada implorante que la pobre víctima dirigió a Raskolnikov, hizo al joven reaccionar. Pensó en Sonia, y se estremeció de asco por sí mismo. Entonces le pidió a Poe que fuese por papel y tinta para registrar sus propias consideraciones ante el evento que estudiaban.
Poe, aún con expresión perdida, aceptó el encargo. El poeta salió del cuartucho. Raskolnikov se acercó entonces a Virginia, le acaricio con una mano la frente húmeda, y con la otra le sujetó el cuello. Comenzó a apretar.
Cuando Poe retornó, Raskolnikov le dijo que era demasiado tarde. Virginia había partido. Poe contempló el bello cadáver, casi etéreo en su rigidez inmutable, y cayó al suelo presa de un ataque de éxtasis.
Raskolnikov lo dejo así, y partió.

III
Algunos días después, desesperado de añoranza por Sonia, Raskolnikov acudió a derrochar su paga de estibador, a un prostíbulo. Amó con distante fiereza a una preciosa mulata. Ella, agradecida, le tomo confianza y quiso relatarle la loca anécdota de la visita de su anterior cliente.
Se trataba del editor de una mediocre publicación de la zona. Había planeado deshacerse de un escritor que colaboraba en su diario, porque, en secreto, lo odiaba a muerte por su carácter excéntrico, pero genial. De tal suerte que, se había organizado junto con algunos maleantes de taberna, para hacer beber al poeta hasta el delirio y así orillarlo al suicidio, suceso que al ser cubierto eficientemente y en exclusiva por su publicación, le ganaría cientos de lectores.
Para la mulata, sin embargo, esto no había sido más que la bravata compensatoria de un cliente mediocre. Pero Raskolnikov no lo consideró así. La dejó, y apresuradamente se dirigió al cementerio local. Llegó hasta la tumba de Virginia. La tierra aparecía amontonada, junto a la fosa, con el féretro expuesto. El vigilante del cementerio- sin duda obedeciendo las órdenes de un buen soborno-, trató de impedir que el joven intentara abrir la caja. Pronto Raskolnikoff se lo quitó de encima, a fuerza de bastonazos.
Prosiguió de inmediato su tarea. Casi extenuado, preso de una gran agitación y espanto creciente, pudo por fin abrir la tapa. Poe estaba allí, demente y agónico, abrazado a los restos de la que fue Virginia. El poeta le susurraba versos al cráneo putrefacto. Raskolnikov fue presa de un ataque de nerviosas carcajadas, mientras sacaba al trastornado escritor de aquella fosa.
Nunca le había parecido tan desnuda, la verdad última del mundo.

IV
Dejó a Poe, a la entrada de una clínica. Fue allí donde falleció unas horas después. Dicen que en sus últimos momentos clamaba por un tal Reynolds: la verdad es que buscaba el auxilio, de su camarada ruso de apellido impronunciable.
Antes de partir de la ciudad, Raskolnikov le hizo una visita de cortesía a aquel mentado editor, en la mansión que éste tenía, en la exclusiva calle de la Morgue, en el barrio francés de Baltimore. Al día siguiente, los diarios locales, en su sección policiaca, estarían de acuerdo en que tal visita fue realmente memorable. (En especial por el detalle de aquel cofrecillo, que contenía las ensangrentadas piezas dentales del editor).
También visitó Raskolnikov, la tumba de su amigo Poe. Mientras permanecía allí, un cuervo enorme se posó en la gris lápida y lo miró, como si esperara algo. Pero Raskolnikov en ese momento se distrajo con la sombra de Sonia, que le sonrió ambiguamente, para luego extraviarse entre las criptas. Raskolnikov fascinado, la siguió con ansiedad, y se perdió en las tinieblas.
El cuervo por su parte, aún permanece allí, esperando…

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