viernes, 30 de marzo de 2012

Afrodita: el amor como religación

Se ha desvirtuado grandemente la noción del amor. De entrada, porque mentalizar un sentimiento así, parecería una manera poco provechosa para comprender su alcance, su relevancia cabal para la existencia humana. A continuación, por el motivo contrario, por circunscribir su gestación a un mero proceso biológico, a una mecánica de lo orgánico, referida de otra manera, una más sutil, pero no más que eso.



En nuestro tiempo, el amor está asociado principalmente al enamoramiento núbil, el sortilegio del flirteo en la primavera del vivir, la atracción física, que la coquetería y la galanura potencializan, pero ¿en realidad podremos constreñir al amor a ese sólo aspecto? ¿Dónde queda entonces todo el conjunto de sentimientos y apegos que se desarrollan en la madurez? ¿Cómo pensar la amistad o el cariño filial? ¿Habrá varios tipos de amor?

Si acaso fuera así, sería interesante averiguar, a cuántos de ellos tenemos acceso a lo largo de la vida, y cuántos se nos escapan en experiencias que nunca podemos llegar a mentalizar.

Es preciso entonces hacer un intento por recuperar el sentido profundo del amor, porque si acaso logramos acercarnos un poco más a su misterio, nuestras relaciones tendrán una oportunidad más grande para desarrollarse y disfrutarse en todo su posible alcance, lo que se traduciría, a final de cuentas, en plenitud de vida.

El tedio es una sensación corrosiva y lamentable, que esteriliza el encanto que la vida cotidiana atesora en sí, puesto que la torna en rutina, una forma sutil de encarcelamiento, un morir en paulatinos matices.

El amor no está salvo de ahogarse de tedio, pero sí que puede salvarnos del mismo. No obstante, requiere de nuestra participación, de nuestro esfuerzo, ya que, como veremos a continuación, comentando sobre la figura admirable de Afrodita, la diosa del amor para los griegos antiguos, toda unión expresa una reunión, y todo amor, reconocimiento.

Afrodita, la personificación más bella que se ha efectuado sobre el amor, fue una de las deidades más antiguas y célebres de la tradición griega. Se le relaciona con la fertilidad y la belleza. Debido a su gran veneración, Afrodita contó con varios centros de culto, esparcidos en toda el área de la cultura griega, por ejemplo, en Cítera, Chipre y Corinto.

Afrodita alude en primera instancia- y esto no se discute, tal y como a la naturaleza no se racionaliza: se le asume- a la atracción sexual, que no es sino un fenómeno hermanado a la fertilidad de la naturaleza exterior y a la pureza de la unión matrimonial.

Se le relacionaba de continúo con Adonis, otro personaje mitológico, y juntos exhibían dos facetas identificadas en el verdor de la naturaleza: en su crecimiento y en su permanente renovación, lo cual hacía patente el trasfondo numinoso de la realidad.


Afrodita, también era cercana a la adoración de los mares y los símbolos marinos, debido a su notable nacimiento, que tradicionalmente se refiere de esta manera: en un furioso combate por el dominio del Olimpo, Zeus mutiló las partes nobles de Cronos y las arrojó al mar. Precisamente, de los residuos de espuma que esta acción provocó, fue de donde brotó Afrodita, esplendorosa y divina, entre vuelos de palomas y gorriones, brisa marina y brillos de sol. Tras haber nacido la diosa, una gran concha la condujo grácilmente a las costas de la isla de Cítera. Allí, donde Afrodita pasaba, el suelo se cubría de hierbas fragantes y flores multicolores. Muchas son las anécdotas de Afrodita, ya instalada en el Olimpo y desposada con Hefesto. Numerosos los episodios de su unión con varios dioses y mortales, como Ares, Hermes, Poseidón o Anquises.

Sin embargo, deseamos mencionar sucintamente solo uno de estos amores y retomar posteriormente, la evocación de su glorioso nacimiento. El mito de Afrodita que comentaremos, se refiere a Adonis, un simple mortal, pero tan hermoso, que cautivó la pasión de la diosa del amor, irremediablemente. Sin embargo, siendo Adonis el fruto de una oscura relación, motivada por una venganza de Afrodita, esta última dejó al infante al cuidado de Perséfone, la reina de ultratumba. Al cabo del tiempo, Adonis creció tan gallardo, que ambas diosas se prendaron de él. Así entonces, decidieron que Adonis viviera la mitad del año bajo el radiante sol, al lago de Afrodita, y la otra parte del año con Perséfone, en el mundo tenebroso de los muertos.

Esta referencia es capital para nuestro acercamiento a una visión práctico-reflexiva de la mitología antigua. Adonis requiere, nos lo muestra Afrodita- el amor mismo- no sólo de la consabida pasión, sino además un gran esfuerzo y lo más importante, la capacidad de hacer compatibles los opuestos, religarlos a final de cuentas, para dar cauce al mundo.

El amor debe ser eso mismo para nosotros: no el apego irracional hacia una persona en especial, sino más bien, devenir la vía más propicia para la reunión de la realidad, de la naturaleza, en un tiempo más allá del tiempo. El amor, como Afrodita, es capaz de conciliar y reconciliar, una y otra vez, la vida y la muerte.

Acaso solo vivimos verdaderamente cuando estamos vinculados a otra persona, y los intervalos de separación, no son más que lapsos dispersos de una misma muerte. Lo importante es resaltar como el amor no es sólo el movimiento de un ser hacia otro por apego, sino que esto es sólo la apariencia, el fenómeno de un desplazamiento de gran parte de la realidad hacia otra, pero sin movimiento físico alguno, sino solo en la vía del reconocimiento.

Y esto nos retorna al episodio del nacimiento de Afrodita, desarrollado con tanta gracia exquisita y talento por el pintor renacentista Sandro Botticelli. Su obra “El nacimiento de Venus” nos da la pauta para la perspectiva de Afrodita, es decir, del amor, que proponemos a continuación.


Botticelli nos presenta en su composición, el instante- antes relatado- de la llegada de la diosa al mundo. Recordemos, que esto se dio como consecuencia de un acto de violencia, una separación, un distanciamiento. Venus es la vía para suturar lo humano consigo mismo, reconociéndose, religándonos, con la realidad. Cada pareja que se vincula, está propiciando esta rememoración del mundo, acerca de su inherente armonía.

Afrodita sólo puede ser contemplada un instante, en su total esplendor, antes de ser cubierta por el manto de las horas. Así igual, el amor verdadero, que no es sólo atracción física, es tan preciado, tan precioso, que acaso solo se presenta en un instante del vivir y hay que saberlo captar, capturar, y valorarlo con todas las fuerzas del alma. Se ha destacado el gesto melancólico de Venus en la pintura referida; sin duda, una genialidad de Botticelli. Sin embargo, podemos interpretarlo, no como una señal de tristeza, sino de conmovedora ternura.

La Venus de Botticelli, la griega Afrodita, teniendo todo el amor en sí, no puede sino mirar con cierta añoranza, la oportunidad que tenemos los mortales para recuperarlo, para recuperarla, amándonos hasta la muerte. Para que así, viva por siempre.


Enlaces relacionados con este post:

Sandro Botticelli, "El Nacimiento de Venus"

Sandro Botticelli, "Venus"

La condición humana según Hannah Arendt






2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho y estoy completamente de acuerdo, incluso limitar al AMOR con mayúsculas, al sentimiento de amor entre dos personas es entender muy mal el verdadero concepto.-

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  2. Interesante artículo. No obstante, yo no distinguía entre el amor verdadero (el profundo) y el amor (ligado a lo físico). Cada vez veo las cosas de una forma más materialista y considero que todo amor es físico, como toda materia puede descomponerse en procesos físicos. Hasta los sentimientos y las partes más insospechadas de las personas son cada vez monitoreadas y analizadas como procesos físicos. Te recomiendo al divulgador Eduardo Punset quien ha llegado a descomponer el estado de felicidad en distintas variables. Je, je..

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